Desde el inicio de la idea de su creación se pensó involucrar a las Hermandades del Rocío existentes. Joaquín Castilla ideó un terno excepcionalmente rico, compuesto por saya, manto, toca, pecherín o corpiño, cuello, mangas y sobremangas, y traje del Niño.

A excepción de la toca, que fue confeccionada en malla y bordada con motivos vegetales muy abigarrados, el resto del conjunto fue bordado con hilo de oro fino y de seda de diferentes colores sobre tisú de plata.

La saya muestra un riquísimo bordado, al igual que todas las piezas que componen el terno, principalmente a base de motivos vegetales, tallos, roleos y hojarasca. Pero de todo el conjunto destaca principalmente el manto, no sólo por su riqueza artística, que la tiene como anotábamos anteriormente, sino sobre todo por el profundo contenido bíblico del mismo.

El manto, concebido como una capa pluvial, aunque sin el capillo, muestra a cada lado tres capillas, seis en total, con figuras bíblicas relacionadas todas ellas con la Virgen María y la Historia de la Salvación. Estos personajes llevan las manos y las caras talladas en marfil, obras del escultor Miguel González Pérez, mientras que el resto del cuerpo está bordado en hilo de seda de diferentes colores, empleando en ello la técnica del milanés. Las labores de bordado las dirigió María de los Ángeles Navarro, maestra de bordado en el convento de Santa Isabel de Sevilla, de religiosas Filipenses.

Los personajes representados son, en el lado izquierdo, san José, esposo de la Virgen; san Joaquín, su padre; y el patriarca Abraham, padre de los creyentes; y en el lado derecho, el rey David, de cuya estirpe nació la Virgen María; san Juan Evangelista, a quién el Señor entregó a su Madre, como símbolo también de la maternidad espiritual de la Virgen sobre todos los cristianos; y san Lucas, evangelista mariano por excelencia. Estos personajes, que ya hemos visto quién es cada uno, es lo que motivó en el acervo popular que a este conjunto se le denominara traje de los Apóstoles, pues el pueblo, llano y sencillo, no sólo no reparó en saber quién era cada uno, sino que ni los contó. Lo cierto es que, al ver que había tantas caras ebúrneas, pensarían que serían los seguidores de Jesús, y lo empezaron a denominar como “de los Apóstoles”.

La parte inferior del mismo la cierra una ancha cenefa en la que, bordados con hilos de seda de colores, aparecen los escudos de todos los pueblos y ciudades que tenían erigidas Hermandades Filiales hasta el momento, un total de veintiocho, y en el centro el de la Hermandad Matriz, que va escoltado por sendos ángeles, con caras, manos y pies tallados en marfil. Entre los escudos aparecen intercalados los símbolos bordados de quince letanías.

Para su ejecución se empleó hilo de oro fino, hilo de seda y giraspe, todo ello con las técnicas de hojuelas entubadas, milanés y media honda, a lo que hay que sumar las aplicaciones de terciopelo, pedrería, perlas naturales, marfiles y plata.

“Ven Espíritu Divino y envía tu luz desde el cielo”

Justo en el centro del manto aparece una gran paloma de plata, símbolo del Paráclito, que fue labrada por el sevillano taller de orfebrería de Seco Velasco. La paloma del Espíritu Santo aletea sobre un sol que extiende los rayos bordados con hojilla, y va orlada por una filacteria con los primeros versos en latín de la secuencia de Pentecostés: “VENI SANCTE SPIRITUS ET EMITTE COELITUS LUCIS TUAE RADIUM”, que se traduce: “Ven Espíritu Divino y envía tu luz desde el cielo”.

En los espacios resultantes a cada lado, entre el rompimiento de gloria con el Espíritu Santo y las cenefas laterales con sus capillitas, fueron bordados castillos, leones rampantes y flores de lis, todos ellos símbolos relacionados con la monarquía, pero que en conjunto nos habla de la realeza de María, pues la Virgen Madre de Dios fue coronada Reina de todo lo creado.

En la parte superior de cada uno de estos últimos espacios podemos apreciar un escudo en cada uno de ellos. Se trata de los escudos pertenecientes a los últimos lugares donde se habían creado hermandades filiales de la matriz almonteña. Al no caber en la cenefa del proyecto original, se les buscó sitio donde lo había.

Por último, ya en la parte superior, coincidiendo con el límite inferior de la toca, hay una cenefa en la que aparecen siete cabezas de querubines. Éstos llevan las alas bordadas, y las caras talladas en marfil por Miguel González Pérez. Son siete, para reflejar permanentemente la advocación de la Virgen para la que esta pieza fue confeccionada, la Virgen del Rocío, que celebra su fiesta en Pentecostés, que es cuando desciende el Espíritu Santo repartiendo sus siete dones: entendimiento, sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

La Virgen lo estrenó en 1956, siendo presidente de la Hermandad Matriz don José María Castrillo Moreno, y acaba de ser intervenido en el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.