Evangelio y Reflexión. Domingo XXIV del tiempo ordinario

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».

Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.

El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.

Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”.

El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra del Señor.

Reflexión

Estimados hermanos y amigos todos.

Hemos entrado en el mes de septiembre preocupados por la vuelta al trabajo, el desarrollo del curso escolar, el aumento de los rebrotes de covid-19, la “fiebre del Nilo”, la situación de carestía económica que se avecina a muchos, la falta de soluciones políticas unitarias que fomenten el bien común por encima de los intereses partidistas… En definitiva, un sin fin de “puertas abiertas” que nos sumergen en un mar de dudas, bloquean nuestro quehacer cotidiano e impiden que vivamos con tranquilidad.

Todo lo narrado es importante. Pero no podemos olvidar otras realidades que también son significativas y pueden ayudarnos a encontrar la paz ante tanto desconcierto. El Evangelio de este domingo nos va ayudar en esa tarea.

Seguimos dentro del discurso eclesiástico o comunitario que comenzamos el domingo pasado. En el cual, Mateo nos decía que, la base de la construcción de la comunidad es el amor y la herramienta fundamental la corrección fraterna. Hoy nos desvela un elemento más de esa obra: el pilar de esa construcción no puede ser otro que el perdón. Nadie es perfecto en la comunidad. Mil veces, sin desearlo, hacemos el mal y ofendemos al hermano.

¡Cuánto nos cuesta perdonar! No es fácil, no. Tampoco es fácil amar, pero nos hace feliz. Jesús tuvo claro desde el principio el tema del perdón y nos dejó esa petición en la oración del Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los pue nos ofenden”. La primera parte está basada en la segunda. Es decir, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, perdónanos Tú a nosotros. También Pablo exhortaba a los cristianos al perdón mutuo, siendo Cristo la clave de este perdón: “como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3,13). ¡Ojalá fuera esto así! De ahí, que rezar el Padre nuestro se convierta en una osadía o atrevimiento: “fieles a la… nos atrevemos a decir”.

Tanto el amor cristiano como el perdón tienen un alcance universal. Por ello, la expresión cumbre del amor es el perdón a los enemigos (aquellos que no se lo merecen) hasta llegar a amarlos. El perdón, al igual que el amor, no tiene límites. Lo que tiene precio es limitado. El perdón y el amor son gratuitos. De esta forma, se comprende que Jesús diga que hay que perdonar no sólo siete, sino setenta vences siete. Actuando así tomaremos conciencia de que los primeros beneficiarios del perdón somos nosotros.

Te suplicamos a Ti, Reina del perdón, Madre de Dios y Rocío de nuestros corazones, que nos ayude a perdonar sin límites como lo hizo tu Hijo Jesucristo, Pastor Divino, que en nuestro peregrinar guía nuestros pasos hacia el Padre.

 

Francisco Jesús Martín Sirgo

Director Espiritual de la Hermandad https://hermandadmatrizrocio.org/wp-content/uploads/2021/09/exhibition-gallery-item-5-1.jpg, Párroco de la de Ntra. Sra. de la Asunción, de Almonte y Rector del Santuario de Ntra. Sra. del Rocío.

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